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Combate Naval de Quilmes: una lección de valor y coraje

miércoles, 30 de julio de 2025

Esta contienda se libró entre las escuadras de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Imperio del Brasil durante la guerra que enfrentó a ambas naciones entre 1826 y 1828.

Esta contienda se libró entre las escuadras de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Imperio del Brasil durante la guerra que enfrentó a ambas naciones entre 1826 y 1828.
La guerra había bajado por el río como una sombra. Desde la batalla de Los Pozos, librada semanas atrás, el ánimo de las Provincias Unidas del Río de la Plata había cambiado. Ya no eran solamente los defensores de un puerto sitiado, sino combatientes con una esperanza renovada. La escuadra de Guillermo Brown, que había sobrevivido al fuego enemigo y había salido con la frente en alto, sentía que algo era posible. Que aún sin igualdad de fuerzas, podían torcer la historia. 


Pero la otra cara del río era distinta. Los imperiales brasileños, aún aturdidos por la derrota, se replegaron con prudencia. Su objetivo, sin embargo, no había cambiado: someter Buenos Aires mediante el cerco, el hambre y la rendición. 


Las aguas del Río de la Plata permanecieron quietas durante semanas, como si la naturaleza misma se hubiera tomado una pausa para observar el conflicto. Las operaciones navales quedaron en suspenso. Montevideo y Colonia seguían ocupadas por fuerzas imperiales. Los patriotas, conscientes de su inferioridad en número y armamento, se replegaron a fondeaderos seguros. Allí, en la penumbra del río, aguardaban el próximo movimiento enemigo.  


El 29 de julio de 1826, el silencio se rompió. 


Las velas de la escuadra imperial comenzaron a asomar en el horizonte, rumbo a las costas de Quilmes. Las naves avanzaban en formación, imitando el modelo de los británicos en 1806, cuando desembarcaron casi sin resistencia. No era una simple expedición: era una maniobra de ocupación directa sobre territorio de las Provincias Unidas. 

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Brown lo comprendió al instante. Quilmes estaba a un suspiro de Buenos Aires. Dejar que los imperiales pusieran pie allí era abrir la puerta al desastre. No podía esperar refuerzos. No podía titubear.  

 

Dio la orden de reunir a la escuadra. Las señales flamearon desde el palo mayor. En pocas horas, sus buques comenzaron a llegar desde sus posiciones dispersas. Por la noche, con la oscuridad como aliada, zarpó hacia Quilmes. 

 

Al llegar, la situación era crítica. Los imperiales eran más, estaban mejor armados y se desplegaban con confianza. Pero Brown tenía algo que ellos no: determinación y un puñado de hombres dispuestos a seguirlo hasta el final. Fue entonces que ordenó abrir fuego. 


La fragata “25 de Mayo”, su nave insignia, fue la primera en romper el silencio del amanecer con el estruendo de sus cañones. Avanzó sin vacilar, desafiando de frente la línea enemiga. Fue una maniobra temeraria: sobrepasó la línea imperial en una arriesgada jugada táctica que lo dejó momentáneamente rodeado. Solo un barco se animó a seguirlo en esa avanzada: la goleta “Río de la Plata”, al mando del Coronel de Marina Leonardo Rosales. 


Dos naves enfrentando a toda una escuadra. El resto de los buques patriotas, por miedo, indecisión o falta de órdenes claras, permanecieron al margen.

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La fragata “25 de Mayo”, su nave insignia, fue la primera en romper el silencio del amanecer con el estruendo de sus cañones.

Durante casi una hora, “25 de Mayo” y “Río de la Plata” soportaron el fuego cruzado de los buques brasileños. Cañones, metralla, astillas, humo, gritos y sangre. El río se convertía en un infierno flotante. 


Cuando al fin lograron replegarse, Brown supo que no podía repetir esa escena. Reunió a sus oficiales. Recorrió personalmente los buques, conversó con cada comandante. Les recordó que no se trataba solo de barcos: se trataba del honor de la Patria, de sus familias, de sus hijos. Allí mismo, concibió un nuevo plan de ataque, inspirado en la táctica del Almirante Horatio Nelson en Trafalgar: dividir la línea enemiga desde un tercio de su retaguardia, desorganizar su formación y aniquilar a los rezagados uno por uno. 


Por la tarde del 30 de julio, Brown se preparó para un segundo enfrentamiento. Y antes de iniciar, pronunció palabras que quedarían grabadas en la historia naval de nuestro país: “Es preferible irse a pique antes que rendir el pabellón”.  


El viento era denso, cargado de presagio. Una vez más, las “25 de Mayo” y “Río de la Plata” se lanzaron a la vanguardia. Pero esta vez, los imperiales estaban listos. La corbeta “María da Glória” y la fragata “Niterói”, dos de sus naves más poderosas, descargaron toda su artillería con brutal precisión. Las balas de los cañones rasgaban el aire. Cada impacto era una explosión de agua, madera y fuego. 


La “25 de Mayo” fue la que más sufrió, quedando gravemente herido su comandante Tomás Espora. Su casco fue astillado y sus mástiles dañados.

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La “Río de la Plata” no tenía municiones. Las reservas se habían agotado. Entonces, su tripulación comenzó a improvisar. Con jirones de sus camisas y pantalones, con lo poco de pólvora a granel que quedaba, fabricaban cartuchos a mano. La pólvora era barro, sudor y fe. 


Mientras tanto, la goleta “Sarandí”, junto a algunas cañoneras, emprendió una maniobra desesperada: recuperar la “25 de Mayo”, que estaba a punto de ser abordada. Lo lograron. La rescataron del borde de la captura. Con sus últimas fuerzas, la escuadra de las Provincias Unidas puso rumbo a Los Pozos. 


El Capitán de Navío James Norton, al mando de los buques brasileños, comprendió que era el momento de acabar con la escuadra republicana. Dio la orden de perseguirlos. Las velas imperiales se desplegaron al viento. La flota se lanzó a la caza. Los barcos heridos huían como podían. Era cuestión de horas. 


El río, traicionero y silencioso, empezó a hablar. Las quillas imperiales comenzaron a rozar el fondo. Los buques empezaban a encallar. La “Niterói”, nave insignia de Norton, quedó atrapada. El comandante, con furia y resignación, no tuvo opción: ordenó la retirada. El combate había terminado. 


Quilmes no fue una victoria. Fue un duro golpe para los patriotas. La fragata “25 de Mayo”, dañada irreparablemente, se hundió días después en las cercanías de Los Pozos. Su silueta desapareció bajo el agua marrón del Plata. 


Pero este combate tampoco fue una rendición. Fue una lección de coraje al enfrentar con solo ocho buques a veintitrés de la escuadra brasileña. Una muestra de lo que eran capaces Brown y sus hombres. Fue el acto de una resistencia que, aún con la derrota a cuestas, nunca aceptó claudicar. 

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